16 marzo 2007

¡Qué pena!


El problema es, por encima de todo, eclesiológico, más que cristológico. No es de ortodóxia, sino de ortopráxis. Eso sí, todo esto se hace con una notificación que deja la sanción concreta al "ordinario" del lugar, como para quitarle hierro al asunto y que termine siendo lo de siempre. No quiero ahondar en la cuestión, pero lo evidente del asunto es que, es bien distinto hacer teología desde la "Iglesia de los pobres", que poco tiene que perder, que hacerlo desde Roma para asegurar la "fe apostólica trasmitida por la Iglesia a todas las generaciones". Más cuando la defensa de esa fe es promovida por la denuncia y la mala "fe". No soy teólogo, pero me temo que cuando uno se enfrenta a la tarea de dar razón de la fe con el aliento y los ecos de las víctimas golpeando el cogote y apretando el corazón, el quehacer cristológico toma un pulso de urgencia que lo distancia mucho de la fría reflexión teológica que mira los toros desde detrás de la barrera y no quiere sino limar los cuernos que molestan. Ahora bien, esto es porque otros son los que torean. Sin más, mi más sincero apoyo a la labor teológica honesta (aunque no comparta determinadas proposiciones) del compañero y hermano jesuita, Jon Sobrino.

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